Me empeñé en buscar las letras que completaran las páginas de un libro que quedó inconcluso. Viví el conocido «síndrome de la mente en blanco» y me obligué a redactar cada acto como me hubiera gustado que acabara aquella primera vez que comenzó la historia. Tuve que hacer muchos tachones, buscando el modo en que las frases tuvieran sentido, que los sentimientos brotaran en cada palabra con verdad, y fueran sentidos con la misma realidad por el lector de esta historia narrada. Me empeñé en ser feliz, aposté por la ilusión, las ganas y el amor que siempre tuve en ti, creyendo que solo así lo conseguiría. Quise aprender a vivir con tu inexistencia; sin ojos con los que ver, sin manos con las que sentir, sin boca con la que decir, pero olvidé manejar el motor que nos hace vivir, el que me recordó en cada momento lo que solo esa vez conseguí escribir con la tinta imborrable de lo que aún me atrevo a leer y a reescribir.
No culpo al tiempo, no te culpo a ti, ni me culpo a mi. Ambos hemos navegado arrastrados por el río que nos marcaba la ruta a seguir, y así la hemos seguido, haciendo lo que nuestro corazón nos ha pedido en cada momento. Como sé que esa barca tiene un destino, me gustaría no desaprocharlo ahora que los remos siguen en nuestras manos. Porque si se trata de destino, el fin ya estará escrito, pero si trata de esfuerzo, que no sea en vano.
El destino nos sigue hablando en susurros sobre lo que estuvo, está y estará ahí, aunque «siempre nos quedará Paris» para volar y decidir cómo esta historia llega a su fin.
Oooh! Muy bonito 🙂
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Muchísimas gracias!! 🙂 Me alegro que te haya gustado. Nos leemos 🙂
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