Da igual como de enraizado te encuentres en el fondo, da igual lo grande y carnoso que sea el tallo que llevas años contribuyendo a que crezca para conseguir tu mejor versión. El nenúfar perfecto no existe, siempre es y será inestable.
La vida nos pone a prueba, buscando en cada pétalo esos básicos que la sociedad nos obliga a tener para la «apta» supervivencia. La amistad, el amor, el trabajo, la salud, la familia… el dinero. Cada uno de estos básicos se desarrolla en todo nuestro recorrido con la forma de sus hojas, casi circular. Casi, porque su continuidad, su ciclo, nunca se cierra a 100%. Su inestabilidad forma parte de su belleza. Cuando una de esas hojas flaquea, otras se desarrollan con mayor fuerza, generando estambres y pistilos en su centro, haciendo que éstas pesen más que el resto.
Da igual la estación del año, da igual el clima, incluso lo que haya a su alrededor. Los cuencos que se forman en el centro de sus hojas pueden pasar de unas a otras en cuestión de segundos, sin posibilidad de reacción. En la vida, siempre buscarás la estabilidad de todas esas hojas, pero con el tiempo, aprenderás que lo único estable es dejarse llevar entre lo más inestable. Aceptar que la perfección no existe, aunque intentes pintar todas sus flores de los colores más hermosos como el blanco puro, marfil, rosa, rojo o carmesí. Tapar de belleza lo inexistente, no te hará más feliz que al resto. Aprende a equilibrar esa inestabilidad, y solo así conseguirás que tu nenúfar inestable flote eternamente en el lago de la felicidad.