Fue una luna llena la que me eclipsó, aún no recuerdo si era un pensamiento racional o no, pero creo que era el momento de dar el paso y así fue como sucedió.
Me fustigo día a día al saber que no supe gestionar las emociones, mentiría si dijera que ahora mismo las controlo a la perfección, pero no nacemos con el don de hacerlo todo bien, aunque en el transcurso de la vida sea el objetivo que más ansiamos. Lo llaman aprendizaje, aunque yo creo que estoy destinado a ser un error constante de esos a los que nunca encuentras solución.
Me invaden recuerdos imborrables, emociones fracturadas con sensaciones de lo más dispares. Un día creo estar en la cima del edificio más alto del mundo que me otorga el mayor poder del superhéroe soñado de cuando era niño, y otros días lloro desde la belleza efímera de la vida que elegimos seguir. Dirección correcta o no, solo el tiempo me dará la razón, pero mi instinto me dice que no tenga miedo a fallar, solo así seré capaz de descubrir cuál es la verdadera razón de seguir buscando la ruta entre tanto caos que me provoca esta confusión en bucle que retumba mis tímpanos como la banda sonora de mi película favorita. Como en mis libros de suspense, estoy seguro que sabré investigar el modo de resurgir ante una sociedad donde parece que lo correcto es hacer las cosas como todos te dicen que hay que hacerlas, pero yo creo que soy capaz de demostrarme a mi mismo que el único culpable no está donde los indicios principales señalan, a veces es mejor dejar de investigar el por qué para dar paso al qué, donde no hay víctimas, sólo supervivientes que buscan el camino menos agrietado donde seguir trabajando en cometer el menor número de errores.