Como un instinto sobrenatural que se desarrolla con la ansia de encontrar el motor que te da la vibración necesaria para resurgir en los momentos más inestables de tu vida, te mueves entre la antipatía de lo mal conocido y te adentras en un mundo lleno de normas que no estás dispuesto a seguir. Sin paracaídas decides saltártelas, persiguiendo el movimiento del impulso que te recuerda porque sigues vivo entre tanto caos de inestabilidad, lujuria y falsos sentimientos. Quizás me pueda equivocar o quizás no, sólo sé que yo soy el único dueño de estas normas, que sin saber si son acertadas o no, me acercan mucho más a mis verdaderos sentimientos, a esos que nadie me ha impuesto, en los que no existen los tiempos ni las etiquetas, los que sólo se resumen en una palabra; intuición.
Aunque nos neguemos a aceptarlo, en muchas ocasiones buscamos de manera intencionada encontrar este estado emocional en el que sentir la plenitud de hacer lo que quieras solo te lo dicte tu interior y no un patrón preestablecido de lo que es “ normal” hacer en cada caso. No hablamos de procesos estructurados en tiempos mecanizados que tengan que seguir un orden, hablamos de emociones, sentimientos y sensaciones que sólo con determinadas personas tenemos la suerte de establecer conexión. En este caso, el magnetismo es tan elevado, que incluso las experiencias aún no vividas llegan en forma de “déjá vu”. No sé si los recuerdos me llegan por cosas que he soñado, o eres simplemente tú, que me transportas a esa aventura en la que parece haberte conocido antes.
Establecer esta diferencia entre la sociedad es lo que más me acerca a elegir el camino de continuar con estas normas, las tuyas y las mías, las que hemos definido sin previo consenso, las que nos conectan y a la vez nos desconectan del resto de personas, porque mi déjá vú me dice que en los sueños he sido muy feliz, y en la realidad puedo decir que lo estoy viviendo tal y como lo soñé.
Saltémonos las normas. Juntos.
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