Sin previo aviso llegó el crimen más sigiloso de los tiempos. No hubo armas ni sangre de por medio, pero si heridos mediante una acción (in)voluntaria en la que la única víctima resultó ser a la vez el único culpable en este crimen.
En este caso la justicia fue inexistente, quizás en el tiempo llegue, o ya esté llegando como orden para marcar el encarcelamiento <emocional> de quien consciente o no dio lugar a este suceso. Era una consecuencia sin previo aviso, inesperada para la víctima que sin normas generalizadas tuvo que experimentar su propia sentencia, con autocastigos improvisados que infligían miedo hacia lo desconocido, pero con un valor intrínseco realmente positivo al que solo aspiraría con el paso del tiempo.
Con la incógnita de saber cuándo llegaría su libertad, tuvo que hacer frente a dispares situaciones de lo más surrealistas. Dicen que actuamos y sentimos no de acuerdo a la realidad, sino a la imagen que nos hemos formado de ella. Esta fue la principal hipótesis que se tomó como base para poder continuar en la investigación de su propio crimen. Nada de lo que le había llevado hasta aquí era real. Estaba confuso.
Dicen que hay varios estudios que aseguran que se requiere un mínimo de 21 días para que una imagen mental establecida desaparezca y cuaje una nueva. El autoanálisis <emocional> fue la terapia más efectiva a la que se aferró para encontrar el por qué de tantas dudas que le rondaban en la cabeza. Aquí descubrió cuáles eran sus puntos fuertes y débiles, se sorprendió al ver que existían muchos más positivos que negativos, pero también que el valor de los mismos estaban descompensados. Si no lograba encontrar un equilibrio, nunca encontraría libertad para esta prisión innecesaria de la que solo él mismo se acabó declarando culpable. Se aferró a miles de conversaciones imaginarias, con diversas opiniones sobre lo que debía o no hacer, buscando el sentido de todo, pero llegó a la conclusión de que la única manera de salir de ahí era de la misma que entró; sólo, luchando con sus propias emociones. Su cerebro comenzó a cambiar ligeramente ajustándose en función de sus experiencias.
Llegó a la conclusión de que nunca había tenido tiempo para estar en soledad y en intimidad con él mismo para poder escuchar sus verdaderas emociones, aquellas que tanto tiempo llevaba reprimiendo. Se desahogó soltando todo aquello a lo que tenía miedo, lo que le preocupaba, lo que le angustiaba. Afrontó todo lo que le daba rabia, lo que le generaba frustración, enfado… y se sintió más vivo que nunca al poder marcarse objetivos que le ayudaran a crecer aún más como persona. Cuando llegó la hora de anotar aquellas cosas que le despertaran sentimientos de culpabilidad, se dio cuenta de que había llegado la hora de salir de esta prisión emocional, porque nada de lo que había hecho durante todo este tiempo le generaba ningún sentimiento de culpabilidad.
Él no era dueño de esa sentencia, ni de esa prisión emocional. Quedó absuelto de sus propias acusaciones, confiando en que el tiempo pusiera todo en su lugar.
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