Busqué la manera de encontrar un espacio íntimo para mi soledad, en la que sólo hubiera hueco para mis pensamientos, mis reflexiones. Encendí unas velas y descubrí que todo lo que rondaba por mi cabeza empezaba a aparecer en las sombras creadas en la pared por esta fuente de iluminación.
Sentí que lo que está lejos podía visualizarlo mas cerca que nunca. No podía tocarlo, pero sí sentir su calor, que a la vez me angustiaba y me hacía temblar por el miedo que sentía por dentro de no saber lo que estaba ocurriendo – lo desconocido -. Mis ojos vidriosos luchaban contra el parpadeo continuo para no dejar de imaginar. Nunca había sido tan «jodido» sentirse tan lejos en el momento en el que más cerca debía de estar. Moví mis dedos en forma de acaricia y me perdí en el vacío que esta habitación empezaba a dejar en mí de manera constante, me empeñé en sacar fuerzas para soplar desde lejos y acabar con esos malditos pensamientos, que me estaban asustando cada vez más. Sólo encontré el eco de ese soplo que retumbaba en las cuatro paredes.
Simplemente se veía luz, que iba de un lado a otro, como si de un campeonato de tenis se tratase, pelota insonora pero con un haz tan rápido que parecía estar disfrutando como el niño que no para de columpiarse en el parque empujado por su padre. Estaba claro que quería decirme algo.
Busqué el origen de este movimiento, y aunque no podía escuchar de donde provenía, supe que era propiciado por algo y que me quería decir que todo estaba bien. Quizás fue el instinto quien me hizo desvelar el mensaje, pero la luz se comportó como un hipnotizador, mi mente empezó a salir de ese torbellino de angustia, encontrando esa paz que necesitaba en ese mismo instante. Cerré los ojos por unos segundos y cuando los volví a abrir la mecha se había apagado, las sombras se habían borrado y sólo quedaba una marea opaca de humo brotando en el aire, siguiendo el mismo eco que la luz de la vela creaba, pero con un ritmo mucho más suave, más tranquilo. Su olor era esperanzador, embaucador, me engatusó de tal manera, que caí en un sueño muy profundo.
Mis pensamientos me hablaron, al principio me asustaron, pero también me iluminaron cuando más lo necesitaba, para recordarme que lo desconocido no siempre es sinónimo de negativo, que nosotros somos la única fuente de iluminación capaz de dar sentido a nuestra vida, de hacer ecos de luz, de transmitir energía positiva aunque sea desde lejos, y que, aunque esa luz no transmita sonido, será de lo mas sentido.
-protege tu eco de luz-
Debe estar conectado para enviar un comentario.