Tenía las mejores vistas hacia lo desconocido. Aunque su mente y su corazón permanecían encerrados entre esas cuatro paredes de ladrillo, que sólo permitían contemplar desde lejos aquella realidad a la que nunca había tenido acceso.
Ese balcón mitigaba su soledad. Gracias a él, encontró el refugio necesario para poder superar los obstáculos que su mente iba haciendo mella en un cuerpo que no estaba preparado para vivir esa falsa realidad. Encontró la calma necesaria gracias a los pequeños rayos de sol que entraban entre las persianas, tocó el aire y respiró el aroma de los grandes jardines que veía de lejos. Los días de tormenta y lluvia se imaginaba andando delcalzo por las calles empedradas, el dolor le hacía sentirse más vivo que nunca y no encontraba consuelo en otra cosa que no fuera esa autolección provocada por el mismo.
Al ver a los demás caminando libremente por las calles, sin dolor, sin sufrimientos aparentes, encontraba rareza a ese sentimiento tan puro. Las risas que entraban en la habitación en forma de eco, las percibía con una cierta distorsión que sonaba a falsedad, a irreal. Sentía cierta contradicción entre la envidia y compasión. Él nunca había tenido risas que retumbaran en forma de eco y mucho menos compartidas con otras personas. Aunque al vivir aislado en su pequeña “realidad” tampoco tuvieron cabida las trampas que esa sociedad ponía a cada uno de los que andaban libremente por las calles de esa ciudad llamada “Vida”.
No sabía si estaba preparado o no para enfrentarse a esa vida en la que hasta el momento, sólo habían existido ladrillos. Bloques que habían formado una cúpula protectora sobre si mismo, cúpula que con el tiempo le dio el valor para saltar al vacío, derrumbando las paredes que sólo él había ido construyéndose sobre si, por miedo a enfrentarse a esa realidad. Al pisar el suelo se dio cuenta de que el dolor no era tan grande como se había imaginado, que el miedo empezaba a ser como esos rayos de sol que mitigaban su soledad, que es lo que le hacía sentirse vivo y seguir construyendo edificios en los que el único ladrillo sería el que ahora vería desde lejos, en las paredes de todos aquellos que en su día se rieron al verle en la soledad de aquella habitación “entre bloques de ladrillos”. De vez en cuando visita esas calles y se enorgullece de lo lejos que ha conseguido llegar sin necesidad de aparentar lo que no era real.

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