Así es como me dirijo hacia ti. No es un verso, no es un poema ni prosa, pero si está escrito en primera persona.
«El canto de la miel» de García Lorca me ha hecho reflexionar y llegar a la conclusión de que tampoco somos tan diferentes al comportamiento de las abejas.
A lo largo de nuestras vidas, nos enseñan a coleccionar momentos, emociones y sentimientos que sustituyen al polen y néctar que estos insectos recolectan. Nosotros los almacenamos para alimentar nuestro ego, reconfortando un presente y un futuro más auténtico para compartirlo con alguien mas. Ellas actúan más por instinto y lo utilizan para alimentar a sus larvas y que generen un compuesto orgánico adecuado para desarrollar perfectamente sus sentidos.
El gusto, el olfato, los movimientos del aire que se generan a nuestro alrededor y la sincronización de nuestros cuerpos cuando están juntos, nos hacen conformar un vuelo casi idéntico al suyo, sin necesidad de estar compuestos por esas alas que se agitan de manera sincronizada.
Dicen que las abejas se comunican a través de la danza, en forma de círculo o en forma de ocho, un ángulo cerrado similar al que forjamos cuando encontramos a nuestra otra mitad y que no queremos que salga de ese espacio delimitado.
Nosotros no quisimos ser como esas abejas solitarias, preferimos seguir produciendo y coleccionando momentos que conformaran nuestra propia colmena, colmena en la que seguimos siendo pequeños apicultores en crecimiento, que a partir de nuestros propios materiales hemos conseguido seguir produciendo ese fruto tan parecido a la miel.
Ese eres tú, como bien decía Lorca: La armonía hecha carne, tú eres el resumen genial de lo lírico. En ti duerme la melancolía, el secreto del beso y del grito y ahí es donde yo me quedo atrapado, más allá del néctar, en la luz del paraíso, en la miel… la epopeya del amor.