Al principio parecía algo divertido. Aún recuerdo la ilusión con la que pisé la base que me daría cobijo y consolidaría toda la estructura que poco a poco fui capaz de ir construyendo. Las ilusiones y las ganas eran únicas, y creo que fueron las que me dotaron de habilidades perfectas para afrontar todas las dificultades con las que me iba a encontrar. Lo que no sabía es que nunca me prepararían para su demolición.
Sentí el apoyo de todas las cartas. Apoyo con el que se suponía que podría ir consiguiendo mayor altura. Gané experiencia en la técnica, en eso de tener paciencia… y cada vez se me acumulaban más cartas entre las que poder apoyarme. Todos sabemos que el primer paso para afrontar este reto es el de la ubicación, quizás mi mayor fracaso, o quizás no. Añorando que fuera un lugar tranquilo y estable, acabé encontrando muchas corrientes de aire, y en su final me topé con algunas superficies inestables… y así llegó todo esto a su fin.
Las cartas viejas, dicen que suelen ser más blandas, y que pueden dificultar nuestro propósito. Que no es otro que construir la torre de naipes más alta que hayamos conseguido hasta el momento. La verdad es que era hora de renovar la baraja y buscar un diseño acorde a la elegancia con la que siempre soñé. Elegancia opaca que nunca imaginaba que en su ausencia brillaba, cuando tanto apoyo de cartas encontraba.
Perdón. Como casi todos, era mi primera vez. Y aunque han sido muchos años de esfuerzo e intentos… los naipes se han derrumbado sin aún saber muy bien por qué. He seguido todo al pie de la letra como indican las normas, incluso he creado las mías propias para no volver a caer. Pero dicen que la gracia de terminar un castillo de naipes es que se derrumben una y otra vez, y volver a empezar de nuevo. Pues ahí es donde me encuentro yo ahora mismo, en los mismos inicios de este castillo, que estoy seguro que construiré, sin que nadie me diga como lo tengo que hacer.